¡Por todos los gatos abisinios del universo, pero qué manera de beber!
¡Jamás había leído nada tan etílico desde John Fante o Bukowski, remiau!
Lo que tenemos aquí es un descenso a los infiernos en la Rusia de final del siglo XX, un recorrido en tren de cercanías por la periferia de Moscú de un pobre desgraciado que viene a ser el propio autor de la novela -un tal Venedikt Eroféiev (1938-1990)- plagado de delirios, parrafadas patéticas y tragos y más tragos de todo lo imaginable. Viénichka, cariñoso apodo de Venedikt, se pasa las paradas del viaje dándole al codo y al palique, invitando a otros compañeros de vagón a sumarse al jolgorio etílico...y volviendo a beber. A veces se echa unas rosas, otras cita a Shakespeare o Hegel, también habla de la amiguita que le está esperando en su destino final, Petushkí. Dosis matutina, dosis de almuerzo, dosis de sobremesa y dosis vespertina; un alma gris, un conocedor del subsuelo, un artista del hambre que evita trabajar a toda costa, busca el escaqueo a la mínima ocasión y filosofa con gracia cuando se aproxima al delirium tremens. Muy curioso cuando unos pajaritos aparecen a menudo a su alrededor (¡sí, como en los dibujos animados cuando uno se pega untrastazo!) y le sirven de partenaires en sus ingestas de vodka, jerez, vino blanco y los mil y un cocktails asquerosos que se inventa con los peores ingredientes imaginables. Charlan con él, le acosan, le aconsejan, le consuelan.Miau. Por un momento pensé en Joseph Roth, luego en Chesterton, pero no sé bien por qué. ¡Hip! Los tragos, como dice Venedikt, sirven principalmente para quitarse resacas. No digo más. ¡Miau, hip! Edita Marbot.
Si hasta el libro huele a vodka...
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