Miau con Doctor
Glas, menuda novela. A veces pienso que en este blog solo hablo de libros que
me apasionan, pero no es cierto, y hay ejemplos de lo contrario. En este caso
voy a cubrir de elogios a Hjalmar Söderberg, un autor escandinavo desconocido
en nuestras tierras mediterráneas, uno de los clásicos europeos que debimos
leer en su día (en el prólogo, Gabriel Ferrater, a quien le tocó leerlo del
inglés para realizar un informe de lectura, aconseja su publicación) y
deberemos recomendar a nuestros amigos y nuestra prole a partir de ya. Si de mí
dependiese, lo incluía en todos los planes de estudios (aunque viendo cómo
están los estudios, mejor será que nos despidamos de los que los prescriben).
Vamos al libro: la combinación ideal de brevedad, ritmo y cadencia rayando la
perfección. Su estilo arrollador fluye como un río caudaloso y juega mejor que bien
con los soliloquios del protagonista y los diálogos.
Ah, Doctor Glas y esa
prosa poética -he pensado en Lampedusa y en Kafka y en Zweig, con quienes, sin
parecerse a ninguno de ellos, comparte, bajo mi felino punto de vista, un
espíritu- me han dejado noqueado unos días. ¿Cómo es que nadie me había hablado
de este autor? ¿Se han dado cuenta del personaje tremendamente potente y
moderno que es Doctor Glas y de los dilemas que saca a relucir en esta nada
inocente nouvelle? Söderberg toca, con el escalpelo de un cirujano, los temas universales
espinosos, esos que nos afectan desde siempre -muerte y eutanasia, procreación
y aborto y la convivencia de estos con la hipocresía de la época- y lo hace con la bravuconería del intelectual
existencialista que es. ¿Lo es? Yo creo que sí. Y ha leído bien a Strindberg y
a Freud y, seguramente, a Dostoievsky, porque hay sueños y
surrealismo a intervalos y, por supuesto, sexo –no explícito, más bien
contenido, incluso frustrado- amor y
rendención. Vuelvo a Glas, el Doctor: menudo personaje, un romántico con todas
las de la ley, con ese aire maldito de fin-de-siecle que lo hace tan atractivo
y tan decadente (pienso en Mirabeau y Maupassant), soltando sus perlas a las
familias bienestantes suecas que no paran de criar (Suecia como el epítome del
progreso, la bonanza económica y, supuestamente, moral) , metiéndose a diario con
la sociedad burguesa (a la que pertenece), despotricando contra los paisajes
escandinavos y su aparente y equilibrado sosiego. Escéptico, hamletiano, cínico
y anticlerical, un personaje incómodo en un mundo incómodo. Un tipo
encantador que se convierte en el
caballero andante que deberá liberar a la princesa cautiva de una relación
imposible. ¿Superará la prueba? No lo desvelaremos aquí. Sólo diremos que su
apellido no es casual (Glas es Glass: cristal), que hace lo que tiene que hacer
–de nuevo Dostoiesvki y los dilemas éticos con sus inevitables consecuencias- y
que incluso anticipa la novela negra con un capítulo que roza la genialidad más
absoluta (sí, ese capítulo).
Hacía tiempo que no subrayaba tanta frase y tanto
párrafo con mi lápiz, y no es algo que me guste hacer, pero me he visto
obligado. ¿Leyó Bergman a Söderberg? Estoy convencido. ¡Qué moderno y qué
melancólico! Hasta aquí puedo leer y decir. Meow!!
Edita sabiamente
Alfabia.