lunes, 31 de enero de 2011

"Moscú-Petushkí", de Venedikt Eroféiev


¡Por todos los gatos abisinios del universo, pero qué manera de beber!
¡Jamás había leído nada tan etílico desde John Fante o Bukowski, remiau!
Lo que tenemos aquí es un descenso a los infiernos en la Rusia de final del siglo XX, un recorrido en tren de cercanías por la periferia de Moscú de un pobre desgraciado que viene a ser el propio autor de la novela -un tal Venedikt Eroféiev (1938-1990)- plagado de delirios, parrafadas patéticas y tragos y más tragos de todo lo imaginable. Viénichka, cariñoso apodo de Venedikt, se pasa las paradas del viaje dándole al codo y al palique, invitando a otros compañeros de vagón a sumarse al jolgorio etílico...y volviendo a beber. A veces se echa unas rosas, otras cita a Shakespeare o Hegel, también habla de la amiguita que le está esperando en su destino final, Petushkí. Dosis matutina, dosis de almuerzo, dosis de sobremesa y dosis vespertina; un alma gris, un conocedor del subsuelo, un artista del hambre que evita trabajar a toda costa, busca el escaqueo a la mínima ocasión y filosofa con gracia cuando se aproxima al delirium tremens. Muy curioso cuando unos pajaritos aparecen a menudo a su alrededor (¡sí, como en los dibujos animados cuando uno se pega untrastazo!) y le sirven de partenaires en sus ingestas de vodka, jerez, vino blanco y los mil y un cocktails asquerosos que se inventa con los peores ingredientes imaginables. Charlan con él, le acosan, le aconsejan, le consuelan.Miau. Por un momento pensé en Joseph Roth, luego en Chesterton, pero no sé bien por qué. ¡Hip! Los tragos, como dice Venedikt, sirven principalmente para quitarse resacas. No digo más. ¡Miau, hip! Edita Marbot.

Si hasta el libro huele a vodka...

jueves, 27 de enero de 2011

"Chronic City", de Jonathan Lethem

 
Yo como el tigre de la portada

Relamiéndome aún de Chronic City, la última de Jonathan Lethem. El actor en su niñez Chace Insteadman vive en un Manhattan con tigre suelto incluído rodeado de la socialité, quien lo considera una compañía terriblemente fascinante: su prometida, Janice Trumbull, es una astronauta atrapada en una importante misión espacial, y todo el mundo está pendiente de su relación -o sea que está en el candelero, revistas del corazón incluídas-. A todo esto, conoce a un personaje que se convierte en su mejor compañía, Perkus Tooth, con quien comparte a partir de entonces una existencia atrapada en una especie de estación espacial permanente, con "elipsis", marihuana made in Chronic, migrañas en racimo, supercultura pop y un Manhattan enrarecido. Publica como siempre, que es un placer, Random House Mondadori.



Fantástico. Lethem habla de un vacío que, a muchos niveles, es moderno y es el de siempre. Meau.


A los pies de Lethem

lunes, 24 de enero de 2011

"Ensayo sobre el cansancio", de Peter Handke


En mi sofá repantigado pensaba en leer algo sobre el hecho de estar repantigado. Y entonces encuentro a Handke. "Ensayo sobre el cansancio", que no viene a ser eso, pero sí.
Cansancios que el autor austríaco repasa, cansancios temibles de su infancia, de su adolescencia, de sus relaciones adultas con mujeres, con amigos. Es un ensayo breve (91 páginas) y muy interesante. Me gustan los ensayos que te acercan a su autor de una manera indirecta. Llegas a él como si planearas a cierta distancia, sin entrar de lleno pero conociendo bastantes detalles de su vida. Y el cansancio "europeo" como un modo de ser y entender la vida, de asumirla, de comportarse. También un cansancio laboral que es un cansancio asqueroso e inevitable. Un cansancio del amor, el cansancio como la soledad extrema del escritor, la mirada del cansado, la desazón y, finalmente, el hastío. Hay que decir que este ensayo lo escribió Handke en una casa de verano que tenía en Linares, Andalucía, y desde donde afirmaba convivir con un cansancio monumental, casi como de siesta mejicana, algo demencial, de no salir de casa en varios días. Los que hayan estado en Andalucía entenderán perfectamente a lo que se refiere Handke.
Un cansancio voluntario, otro revelador, uno fugaz y soportable, otro insostenible y pegajoso. Hacia el final se pregunta sobre las consecuencias del cansancio, la esencia última del mismo, la contemplación del cansancio. Muy muy interesante.

¡Ñam, Handke mola!

Pero ahora debo parar, porque, lo creáis o no, y siendo un ensayito de Alianza Editorial que te lees entre un bostezo y otro, estoy un poco cansadete. Miau.

Tengo una mirada molona, ¿sí o no?

miércoles, 19 de enero de 2011

"Historias extraordinarias", de Roald Dahl


Una vez se cayó un libro de la estantería de mi amo, hará cosa de tres meses. Al recogerlo, vi que se quedaba un rato hojeándolo. Era un Compacto Anagrama de los de toda la vida.
Y apareció entonces ese extraño nombre: Dahl, Roald Dahl. ¿Cómo podía ser inglés un autor con ese nombre?
Sólo por eso ya me intrigó. Y comencé a leerlo. “Historias extraordinarias” es un acopio de relatos realmente bien escrito. Lo he releído ya un par de veces completo. Quiero destacar “El autoestopista”, una historia magnífica sobre un escritor que deja entrar en su coche a una extraña persona con una todavía más extraña profesión. “Pan comido”, “La maravillosa historia de Henry Sugar” (casi la que más me gusta) y dos relatos con historia real detrás: “El tesoro de Mildenhall”, sobre un granjero inglés que encuentra un tesoro romano en sus tierras, y “Racha de suerte”, el cuento donde Dahl explica el motivo que le llevó a hacerse escritor.
Precisamente aquí es donde encuentro una lista del propio Dahl que podría servir a cualquiera que quisiera lanzarse a escribir. Las cualidades que debería poseer o tratar de adquirir si alguien desea convertirse en escritor de ficción. Me encanta:

1.   Debe tener una imaginación viva.
2.   Debe ser capaz de escribir bien. Con eso quiero decir que debe ser capaz de hacer que una escena cobre vida en la mente del lector. No todo el mundo posee esta habilidad. Es un don que sencillamente se tiene o no se tiene.
3.   Debe tener resistencia. Dicho de otro modo, debe ser capaz de seguir con lo que hace sin darse jamás por vencido, hora tras hora, día tras día, semana tras semana y mes tras mes.
4.    Tiene que ser un perfeccionista. Eso quiere decir que nunca debe darse por satisfecho con lo que ha escrito hasta que lo haya reescrito una y otra vez, haciéndolo tan bien como le sea posible.
5.   Debe poseer una gran autodisciplina. Trabaja usted a solas. Nadie le tiene empleado. Nadie le pondrá de patitas en la calle si no acude al trabajo y nadie le reñirá si hace usted el vago.
6. Es una gran ayuda tener mucho sentido del humor. Esto no es esencial cuando se escribe para adultos, pero es de vital importancia cuando se escribe para niños.
7.   Debe tener cierto grado de humildad. El escritor que piense que su obra es maravillosa, lo pasará mal.

                                 

viernes, 14 de enero de 2011

"El Rey del Bosque. Abades", de Pierre Michon


El perfecto lirismo de estas dos piezas me deja absolutamente extasiado. De cómo puede el mejor escritor europeo de la actualidad no soltar NUNCA la maravillosa calidad e intensidad poética con la que describe el mundo es algo que tiene una difícil explicación, de lo que sí estoy seguro es que desde luego Pierre Michon mejora el mundo (no su percepción, sino el  mundo que llamamos real y asimismo el literario) cuando lo d-escribe. Chers amis humanos y lectores: no busquen la revelación en otra parte. Edita genialmente Alfabia.

                                                        
"Los cantos, como un rocío, caen de lo alto sobre los sudores y los gritos, el hocico enardecido de los bueyes, la tierra que mueven y desnudan. Los pescadores terminan por conocer los cantos, los repiten desde abajo. Los niños corren y bailan a lo largo de las rejas, día tras día."

sábado, 8 de enero de 2011

"Carta a D. (Historia de un amor)", de André Gorz


Acabo de terminar “Carta a D. (Historia de un amor)”, de André Gorz. Edita Paidós. Traduce Jordi Terré y se editó en 2008. Como bien indica el título, se trata de una carta escrita por Gorz a su mujer, unos días antes de morir. De morir ella y él, porque se suicidaron juntos. Glups. ¿Puedo empezar por el final? El último párrafo -siento chafar el pastel- dice así:

Acabas de cumplir ochenta y dos años. Has encogido seis centímetros, no pesas más de cuarenta y cinco kilos, y todavía guardas la gracia deseable de la hermosura. Hace cincuenta y ocho años que vivimos juntos y te amo más que nunca. Hace poco he vuelto a enamorarme de ti y llevo en mi seno, de nuevo, un vacío devorador que sólo colma tu cuerpo apretado contra el mío. Por las noches veo a veces la silueta de un hombre sobre una carretera vacía que atraviesa un paisaje desierto. El hombre camina tras un coche fúnebre, y el coche fúnebre te lleva a ti. No quiero asistir a tu incineración, no quiero que me envíen un bocal con tus cenizas. Oigo la voz de Kathleen Ferrier que canta «Die welt ist leer, Ich will nicht leben mehr», y me despierto. Acecho tu aliento, mi mano te roza. A los dos nos gustaría no tener que sobrevivir al otro. Y nos dijimos que si, por imposible que parezca, tenemos una segunda vida, querremos vivirla juntos.

Y ahora mi reseña gatuna: el libro es sobrecogedor, pero a ratos. Queda feo decirlo por lo honesto que es, pero es así. La primera parte de la carta viene a explicarnos cómo André y D (de nombre Dorine) se conocieron. Es una historia sencilla, incluso bastante común. Un aspirante a escritor y filósofo francés conoce a una inglesa pizpireta y se enamoran en Lausane. Se casan, se van a vivir juntos, pasan penalidades juntos, ups & downs, etc… Life as it is, vamos. Bien narrado, contextualizado y con un sentimentalismo medido, hacia el meridiano de la carta la cosa se estropea cuando se pone a repasar, reflexionar y airear asuntos pendientes. Sí, pendientes porque Gorz  se empieza a liar en un intento de exculparse por cosas que dijo e hizo en varios momentos de su vida. Concretamente cosas que escribió acerca de Dorine en varias de sus novelas. Parece ser que Dorine aparecía escamoteada en personajes femeninos y no quedaba muy bien parada. Él lo hizo a sabiendas y ahora se quiere disculpar. Mmm…
Luego la cosa se arregla y se pone muy estremecedora con las últimas diez páginas, en las que -una vez descubierta la gravísima enfermedad de Dorine- la pareja se retira al campo, se vuelve vegetariana, se vuelca en el ecologismo político y se dedica a amarse por última vez. Es un final sobrecogedor, emotivo y cortante. Recomiendo la lectura, sí, pero me pregunto varias cosas: ¿escribió esto Gorz con intención de que se publicase? ¿dejó leer Gorz esto a su mujer antes de cometer este doble suicidio? Todo ello me resulta macabro. 

Dorine y André, la belle époque. 

"Amor y vejez", de Chateaubriand

Amor y vejez” es una reflexión del gran Chateaubriand sobre el feo asunto de hacerse mayor.


¿Cómo ama un señor mayor? ¿Cómo ha amado a lo largo de su vida?
Las conquistas del joven Chateaubriand eran de órdago, el francés era un fiera de cuidado.
Como yo, vamos.
Hay un párrafo que me ha dejado helado: “Haz una cosa. Sé mía y luego déjame traspasar tu corazón y beber toda tu sangre. Lloro lágrimas de hiel por tu pérdida. Quisiera devorar a aquel que posea semejante tesoro”.  Miau, remiau y requetemiau.
Amor y vejez” son fragmentos de la biografía amatoria de François-René Chateaubriand, unas confesiones a veces delirantes a veces casi pornográficas, muy muy recomendables. Un autor casi convertido en viejo verde, crudo y directo. Para relamerse, vamos. Meow. Edita Acantilado.


martes, 4 de enero de 2011

Ecce Homo: Jim Thomson

Vaya con mis dueños. Se ve que hicieron la carta a Santa Claus sin preguntarme y así salió la cosa.

Yo tan a gustito antes de descubrir los regalos de Santa

Me levanto la mañana del 25 de diciembre y me veo, estratégicamente colocados en mi pequeña cunita, dos joyas de la literatura salvaje como el "Ecce Homo" de Nietzsche y el "1280 almas" de Jim Thomson. Wow. Miau, quiero decir. Que molan y tal, pero que podían haber consultado antes. Yo el "Ecce Homo" lo leí hace mucho tiempo, y además en castellano, no en alemán (¡mis dueños son unos malditos modernos, vaya si lo son!). A Thomson lo leí poco y mal en mis tiempos de "novela negra" (ya hablaré más sobre estos tiempos), pero siempre me pareció más un boxeador o alguien del hampa que un escritor. Lo cual no tiene que significar nada malo, más bien al contrario. En fin, que gracias, Santa Claus. Miau y tal.

Aquí me tenéis, medio adormilado de tanto leer...

"Kitaro", de Shigeru Mizuki


Kitaro” es el manga más conocido de Shigeru Mizuki, un autor más que clásico del país del sol naciente. “Kitaro” consta de nueve tomos que Astiberri va a editar -si no me informan mal- a razón de uno cada mes. Un parto perfecto para este 2011, miau. Este manga es mega popular en Japón, y todo niño de treinta años lo leyó de pequeño y muy seguramente lo hará leer a sus hijos también. “Kitaro” está lleno de referencias a la cultura nipona, especialmente la mitología clásica, lo cual lo hace más atractivo aún. Hay que reconocer que el dibujo de Mizuki es un poco basto. Digamos que sigue fielmente la linea del "Astroboy" de Tezuka pero con menos gracia. El guión es excepcional, así que la cosa se salva, pero eso es mi humilde y gatuna opinión. Yo me declaro fan total. ¿Y quién es Kitaro? Pues el último descendiente de una tribu de muertos vivientes. Nació tuerto, arrastrándose fuera del útero del cadáver de su madre (¡cómo les gustan estas cosas a los japos, madre mía!) y vive condenado a errar en un mundo que lo rechaza. Me encanta este planteamiento, es muy de tragedia griega. Estos no muertos anticipan un poco la figura del zombie occidental. Aquí se llaman yokais, y son más bien unos seres sobrenaturales, espantosos y con babas colgando de sus fauces (¿os suena de algo?). La portada de “Kitaro” es espeluznante: se ve una copia sui generis de la entrada del parque de Bomarzo (en las afueras de Roma), un parque que cuando visité hará ya casi diez años me dejó patidifuso. No existe un lugar en la tierra que pueda compararse a este misterioso parque. Cuidado, no os penséis que la serie de “Kitaro” es de miedo y asco. Al contrario, está plagada de humor japonés, chispa y momentos de auténtico delirio. “Kitaro” es como un héroe con una misión, un Edipo errante, una historia fantástica y poética que puede gustar a todo tipo de público. A mí “Kitaro” me recuerda por momentos a las películas de Kurosawa por esa mitología japonesa tan especial, tan suya y con la que los europeos alucinamos (no hay fantasmas de peli que me asusten más que los que presenta Kurosawa). Por otro lado, ese nacimiento accidentado, esa errancia del joven yokai tiene aires del Oskar de “El tambor de hojalata”, maravillosa novela y película. Requetemiau.
Kitaro” ha sido editado por Astiberri.


Kitaro y sus dulces amiguetes