viernes, 30 de agosto de 2013

Doctor Glas, de Hjalmar Söderberg



Miau con Doctor Glas, menuda novela. A veces pienso que en este blog solo hablo de libros que me apasionan, pero no es cierto, y hay ejemplos de lo contrario. En este caso voy a cubrir de elogios a Hjalmar Söderberg, un autor escandinavo desconocido en nuestras tierras mediterráneas, uno de los clásicos europeos que debimos leer en su día (en el prólogo, Gabriel Ferrater, a quien le tocó leerlo del inglés para realizar un informe de lectura, aconseja su publicación) y deberemos recomendar a nuestros amigos y nuestra prole a partir de ya. Si de mí dependiese, lo incluía en todos los planes de estudios (aunque viendo cómo están los estudios, mejor será que nos despidamos de los que los prescriben). Vamos al libro: la combinación ideal de brevedad, ritmo y cadencia rayando la perfección. Su estilo arrollador fluye como un río caudaloso y juega mejor que bien con los soliloquios del protagonista y los diálogos. 


Ah, Doctor Glas y esa prosa poética -he pensado en Lampedusa y en Kafka y en Zweig, con quienes, sin parecerse a ninguno de ellos, comparte, bajo mi felino punto de vista, un espíritu- me han dejado noqueado unos días. ¿Cómo es que nadie me había hablado de este autor? ¿Se han dado cuenta del personaje tremendamente potente y moderno que es Doctor Glas y de los dilemas que saca a relucir en esta nada inocente nouvelle? Söderberg toca, con el escalpelo de un cirujano, los temas universales espinosos, esos que nos afectan desde siempre -muerte y eutanasia, procreación y aborto y la convivencia de estos con la hipocresía de la época-  y lo hace con la bravuconería del intelectual existencialista que es. ¿Lo es? Yo creo que sí. Y ha leído bien a Strindberg y a Freud y, seguramente, a Dostoievsky, porque hay sueños y surrealismo a intervalos y, por supuesto, sexo –no explícito, más bien contenido, incluso frustrado-  amor y rendención. Vuelvo a Glas, el Doctor: menudo personaje, un romántico con todas las de la ley, con ese aire maldito de fin-de-siecle que lo hace tan atractivo y tan decadente (pienso en Mirabeau y Maupassant), soltando sus perlas a las familias bienestantes suecas que no paran de criar (Suecia como el epítome del progreso, la bonanza económica y, supuestamente, moral) , metiéndose a diario con la sociedad burguesa (a la que pertenece), despotricando contra los paisajes escandinavos y su aparente y equilibrado sosiego. Escéptico, hamletiano, cínico y anticlerical, un personaje incómodo en un mundo incómodo. Un tipo encantador  que se convierte en el caballero andante que deberá liberar a la princesa cautiva de una relación imposible. ¿Superará la prueba? No lo desvelaremos aquí. Sólo diremos que su apellido no es casual (Glas es Glass: cristal), que hace lo que tiene que hacer –de nuevo Dostoiesvki y los dilemas éticos con sus inevitables consecuencias- y que incluso anticipa la novela negra con un capítulo que roza la genialidad más absoluta (sí, ese capítulo). 



Hacía tiempo que no subrayaba tanta frase y tanto párrafo con mi lápiz, y no es algo que me guste hacer, pero me he visto obligado. ¿Leyó Bergman a Söderberg? Estoy convencido. ¡Qué moderno y qué melancólico! Hasta aquí puedo leer y decir. Meow!!

Edita sabiamente Alfabia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario