¿Iré a Canadá alguna vez? Who knows?
No soy nada objetivo con Richard Ford, y la
verdad es que me da igual. Siento debilidad por todo lo que escribe. Incluso en
las entrevistas da mucho juego, a pesar de que mis escritores favoritos no
acostumbran a ser buenos entrevistados (y la mayoría no parecen ni ser buenas
personas). Ah… “las buenas personas”, bonito término para hablar de esta
novela. ¿Qué demonios es eso de “ser bueno”? La novela más dickensiana de Ford
nos arrastra hacia Canadá desde el estado de Montana y sus pequeños pueblos y
sus grandes llanuras para llegar hasta Saskatchewan, el corazón de ese extraño
-y helado- país. Es Dell Parsons, un joven de quince años envuelto en una huída
involuntaria hacia ninguna parte (Canadá, queremos decir) el que protagoniza
esta larga pero no densa historia de reconocimiento de uno mismo, de sus
semejantes, del entorno en el que se vive y del peso de las acciones cometidas
(en este caso, por los demás). No pienso espoilear nada, no. Simplemente decir
que Dell descubre que la existencia es más dura de lo que imaginaba, que suele
sobrellevarse mayormente en soledad (incluso si tienes familia y esta te quiere
y te protege, hasta que deja de hacerlo), que cabe sobreponerse siempre
para…¿para qué? Para afrontar el siguiente revés, y vuelta a empezar. ¿Tan dura
es la historia? Tan dura como uno la quiera considerar, por supuesto.
Quinientas páginas sabiamente narradas por el maestro del detalle, la
descripción ambiental y mental, un verdadero observador del semblante de las
personas y las cosas, las calles, los olores y las situaciones en general. Ford
sabe que en tres páginas te tiene atrapado. Lo sabe y juega con ello hasta que
llevas cincuenta y piensas “¿ya llevo tanto?” y alcanzas las página 175 y
ocurre lo mismo y así hasta el punto final.
Nadie me gana pasando páginas.
Y los personajes, en efecto. ¡Qué
personajes y qué manera de analizarlos! Yo me imagino a Ford sentado en una
parada de autobús durante horas, sin tomar notas ni nada, simplemente mirándolo
todo. Luego se encierra en su casa y decide plasmarlo como si hubiera grabado una
película con sus propios ojos, sus propios oídos y su nariz. Decir que los
protagonistas “dejan huella” es quedarse corto. Y esos recursos marca de la
casa, cuando anticipa desarrollos de escenas, situaciones y desenlaces, que te
obligan a detenerte y decir “¡eh, para, Richard, no tan rápido, no te adelantes
todavía, tío!” Menudo arranque de novela, a todo esto. Huele a clásico desde el
primer párrafo, a infancias y juventudes desvalidas a lo Huckleberry Finn, a
lo David Copperfield o incluso La marcha Radetzy (sin parecerse ni un
ápice) o a aquella preciosa historia de Hisham Matar, “Sólo en el mundo”,
pasada por las balas y los coches agujereados de Bonnie & Clyde en versión
patosa. Curioso también el punto de vista único de Dell, el protagonista, tan
cercano al lector, al que se le confiesa y le acerca milimétricamente episodio
tras episodio.
¿Qué culpa tienen los hijos de tener a los padres que tienen?
¿Qué necesidad hay de atracar un banco por una cantidad irrisoria, jodiendo así
tu vida y la de tus vástagos? ¿Tan apremiante es el American Dream? Y luego
aprender a vivir con quince años y sin (casi) nada por detrás y absolutamente
nada por delante. Y confiar en la gente, y borrar el camino andado y soñar con
atisbar un futuro no ya prometedor sino lo más normal posible. Expulsados de su
vida-tal-como-la-conocían, Dell y su hermana Berner quedan marcados para
siempre en esta sórdida aventura que vuelve a confirmar que Richard Ford va
escribiendo libro a libro la gran novela americana. Sin discusión.
Requetemiau. Edita, as usual, Anagrama.
Esta es la portada de Anagrama para la edición española. La que aparece conmigo en las fotos es un avance.
Gran libro.
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